miércoles, 13 de marzo de 2013

La renta petrolera y su apropiación: cómo se usa el “patrimonio de la nación”


El manejo petrolero, y el papel de éste en el desarrollo socioeconómico mexi­cano, forman parte del debate político en torno a la definición de la respon­sabilidad del Estado en garantizar el bienestar de la nación. Para la sociedad mexicana, el gobierno debe garantizar el cumplimiento del mandato consti­tucional de usar el petróleo como factor de desarrollo –satisfacer a precios competitivos la demanda de productos energéticos del sector productivo y de los hogares– y evitar la inestabilidad ocasionada por los fenómenos meteorológicos o por los desajustes entre la demanda y la oferta que, cíclicamen­te, ocurren en el mercado internacional; así como cubrir los elementos que afectan la estabilidad de los precios y del abasto (la capacidad de extracción, refinación y producción); asegurar la introducción de nuevas tecnologías y la creación de fuentes alternativas de energía y la protección ambiental.

En la política petrolera instrumentada por el gobierno, a partir de Canta­rell, hay dos estrategias: extraer de Pemex la máxima renta posible, sin mi­ramientos de las necesidades de reproducción de su capacidad productiva o los daños ambientales o los desajustes macroeconómicos por la revaluación; y obtener recursos para resolver los cuellos de botella fiscal y de recursos externos. La tasa de explotación se desasoció del crecimiento de la deman­da interna, incrementando las exportaciones a mayor velocidad que ésta (cuadro 1). Los aumentos en la producción (más de 3000% entre 1965 y 2008, se han dirigido a las exportaciones, pues el consumo interno creció a un rit­mo considerablemente inferior. De exportar 16% de la producción en 1965, se pasó a vender en el exterior 51% de la producción en 1980 y 64.6% en 2008. Los efectos de estas estrategias sobre Pemex son el agotamiento de las reser­vas probadas y el estrangulamiento financiero.

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